lunes, 28 de enero de 2013

Ícaro: Alas negras (Capítulo 1)


Capítulo 1
“No dejaré de mirarle nunca…- Mi cabeza se inundaba de pensamientos tontos e inútiles-. Le amo.”
Este último pensamiento me hizo ruborizarme. Él me miraba a los ojos directamente desde la lejanía, cosa que me ponía nerviosa y a la vez me agradaba. Esos ojos verdes que me hipnotizaban y me hacían perder el control sobre mi cuerpo.
“Uno, dos, tres, cuatro…” Contaba los segundos que pasaban desde que me empezó a mirar a los ojos fijamente. “doce, trece, catorce…”
-¡Eeeeeeeeooooo! –Me sacó de mi mundo Elena gritándome al oído-. ¡Aquí Elena desde la tierra llamando a Esther de donde quiera que esté! ¿Se puede saber en qué, o mejor dicho en quién,  llevas pensando todo el mes?
Elena me sonreía pícara. Ella sabía perfectamente interpretar todos mis gestos y miradas, era experta en ello.
-Oh… En nada –Mascullé avergonzada-. Es solo que…
Miré por una milésima a Alex inconscientemente, lo cual, mi amiga interpretó como la respuesta.
-¿¡ALEX!? –Exclamó ella en un tono bastante elevado-. ¿¡ENSERIO!?
-¡Cállate! –La grité en susurro poniéndome roja por momentos-. ¿Acaso quieres que se entere todo el instituto?
Elena se reía en voz baja. Era una chica muy especial. Siempre iba con el pelo teñido de algún color raro y excéntrico a juego con sus coleteros, accesorios y peinados imposibles. Su ropa era colorida y llevaba calcetines diferentes, vestía con camisas rotas y pantalones que solo ella sabía lucir. Curiosamente, y a pesar de su aspecto, nadie se metía con ella, puesto que Elena era capaz de sonreír y escuchar a cualquiera.
Yo a su lado parecía la chica más tenebrosa y siniestra del mundo. Siempre llevaba el pelo negro suelto y ondulado, con el flequillo largo que ocultaba un cuarto de mi rostro. Normalmente llevaba camisetas de mis grupos favoritos y pantalones de colores oscuros o estampados militares que hacían juego con mis converse negras.
Supongo que ambas eramos muy distintas la una a la otra, pero nos gustaba ser diferentes.
-Bueno, ¿cuándo dices que me ibas a contar que estabas colada por el misterioso y tétrico chico nuevo?
-¡Oye! Alex no es ningún “tétrico” como tú dices, es imaginativo y le encanta sacar teorías imposibles de donde no se puede… Es único… -A cada palabra que pronunciaba mi voz sonaba más aterciopelada-. Diferente…
-Anda tonta, vamos a clase, que el descanso ya ha terminado y si te sigo escuchando voy a acabar vomitando arcoiris –Elena se rió con su dulzura habitual-. ¡La última en llegar se come un caramelo de vinagre!
Tras decir esto, Elena me sacó la lengua y salió corriendo en dirección al aula de laboratorio.
-¡Ey! ¡Eso no es justo! –dije antes de perseguirla por los pasillos.
De pronto alguien se interpuso en mi camino.
-Señorita Esther, no está permitido correr por los pasillos. Será mejor que después de sus clases en el laboratorio se pase por mi despacho para que le asigne un parte con su correspondiente castigo debido a este comportamiento tan poco adecuado a su apellido.
Fulminé al ser que se encontraba delante de mí.
-¡Venga Lucas! ¿Señorita Esther? ¡Pero si soy tú hermana pequeña! ¿Se te ha subido el cargo de director a la cabeza? –Contesté con una mirada retadora-. ¿O acaso no soportas la idea de que papá y mamá me dejaran el colegio como propiedad en el testamento?
-Aquí, y por el momento, soy tu director, no tu hermano, y más te vale pasarte luego por mi despacho –Se dio media vuelta y para finalizar dijo-. Que papá y mamá te dejaran el colegio no te da derecho a nombrarlos como si su muerte fuera algo para conseguir cosas materiales.
Después de esto mis ganas por correr hacia el laboratorio se esfumaron. Nada más entrar por la puerta, Elena tenía uno de sus caramelos de vinagre en la mano y una sonrisa victoriosa, la cual cambió al percatarse de que me había sucedido algo.
-¿Qué ha ocurrido? –Preguntó ella preocupada.
-Mi hermano, para variar –Yo puse los ojos en blanco resignada, su comentario acerca de como veía yo a mis padres me había afectado, ¿qué sabía él de lo que yo sentía por la muerte de mis padres?-. No le aguanto.
Elena se acercó a mi con una mirada cariñosa y me abrazó. Yo ya sabía que significa ese abrazo, me habían dado muchos de ellos en los últimos meses. “Siento la muerte de tus padres y que tú hermano se comporte como un gilipollas contigo, pero no puedo hacer nada más que darte este abrazo”. Eso significaba. Que mis padres nunca volverían y que nadie podía cambiar a mi hermano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario